¡AYAYAYAYAYAYAYAYAYAYAYAYAYAY! Que malita estoy y que poquito me quejooooo... - Así llevo desde la noche de las serenatas. Todos los años igual ¡Si es que no aprendo! O quien no aprende es la Vida ¿Tanto le costaría que las cosas fueran al revés?
Por toda respuesta, Pascualita me enseña su temida dentadura de tiburón, pero lo hace con desgana, como una obligación.
Me tumbo en el sofá de la salita a esperar a que se me pasen los retortijones. Si se hubiesen dignado venir a darme una serenata cualquiera de de los grupos que, cantando aquí y allá, llenando las noches de las islas de Clavelitos, hubiesen bebido moscatel y chinchón ¡y hubiesen acabado con las bandejas de buñuelos que había en casa y ahora estaríamos bien la Cotilla, Pascualita y yo.
¿Por qué seré tan ilusa y compro buñuelos para un batallón si al final nos los comemos nosotras.
Cuando íbamos por la mitad llamé a la abuela. Se puso Geoooooorge el mayordomo inglés al teléfono: - Madame estar in funeral. - Colgué y salí corriendo, cargada de buñuelos , hacia la cafetería El Funeral donde mis abuelitos se lo debían estar pasando en grande, pero... estaba cerrado. Clavada en la puerta, la esquela de una amistad.
Llegué a la iglesia donde se celebraba el funeral. El ambiente era tan triste que se me encogió el alma. Menos mal que a Conchi le sonó el móvil y rápidamente pasamos del llanto a bailar Paquito Chocolatero y todo cambió. Poco después entramos en tropel en El Funeral y celebramos que se pusiera la foto del difunto en la Pared de los Finados, brindando una y otra vez...
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