Era tan temprano que aún no habían puesto las calles cuando, un inesperado ataque de tos, me despertó bruscamente. Y empezó el Concierto para Gargantas Irritadas en Fa Mayor. Por el poco éxito que tuvo, no aplaudió nadie pero sí que se quejaron todos, especialmente Pompilio - Con lo difícil que es coger un calcetín con su dueño dentro, si encima están espabilados por culpa de tus toses, me juego el pellejo.
Entre tos y tos conseguí decirles que yo no tenía ninguna culpa, pobrecita yo. - La Garganta salió a defenderse: - ¡Yo tampoco, pelandusca! Soy la afectada... ¡snif!... ¡snif!
Encendí la luz y descubrí que todos los personajes estaban en mi cuarto, rodeando la cama. Solo faltaba el árbol de la calle, por razones obvias pero se hizo notar cantando a viva voz el Brindis de la Traviatta ¡a esas horas brujas de la madrugada!
- ¡Fuera todos! ¡Cristalera, ciérrate o te desmonto y te pongo del revés!
Las bolas de polvo, apelotonadas junto a la cama, intentaron tomarla al asalto. Menos mal que la escoba andaba por allí y las expulsé a escobazos. Intentó montar un mitin por hacerla trabajar a horas no laborables pero un nuevo ataque de tos, enviado por la Garganta en plan revancha, apagó las incipientes quejas.
Al final, solo Pacualita se quedó conmigo pero, antes de meterse en mi escote, se zambulló en el vaso de agua que tenía en la mesita de noche y luego, ya bien mojada y fría, aterrizó, como viene siendo su costumbre, en mi escote, la jodía.
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