Al salir al balcón para echar una parrafada con el árbol de la calle, mi nariz se encabritó como si le hubiese atacado un puerco espín. - ¡Que ascoooooo! Huele que apestaaaaa. - Todos los que estábamos alrededor dijimos al unísono: - ¡No soy yo!
- Alguien tiene que ser. Es un olor que ya tiene solera. Que levante la mano quien no se ducha para no gastarse (dijo la frescales de mi nariz) - Nadie levantó nada. - ¿Qué pasa? ¿Hay mieditis aguda? - Se escucharon risitas nerviosas... hasta que Pascualita se acercó, resptando, hasta el balcón. Una vez allí levantó la cabeza como si buscara algo y se relamió a la vez que le brillaban los ojos de placer.
- A la sirena le gusta esta peste (comentó uno) - ¡Cometelo y saldremos de dudas (ordenó el comensal de las treinta monedas de la Santa Cena) - ¡Calma! A ver si se va a equivocar y se come al que no es. - ¿Por qué dices AL QUE NO ES y no A LA QUE NO ES? (saltó como un resorte la Cristalera interna) - Tú sabes algo... ¿no? - De la cocina llegó la voz de Pepe el jibarizado: - OOOOOOOOOOOOOOOOOOOO - ¡Premio para el llavero! ¡Ha acertado a la primera!
Nos miramos todos. Y por la cara de bob@s que teníamos, no habíamos entendido nada. Entonces, erigiéndome en general con mando en plaza, ordené que se dijera el nombre de , o la, apestoso. (a)
Y así nos enteramos que era... ¡TACHAN!... ¡LA CRISTALERA EXTERIOR!
- ¡Es que la boba de Coria NO ME LAVA!
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