He cogido un trancazo de padre y muy señor mío. ¿Y de quién es la culpa? ¡Mía no, por supuesto!.
He ordenado a toda la tropa de personajes formar ante mi como si de un tribunal de la Inquisición se tratara: - ¡Yo sé quién ha sido! (dije)... - Bueno, entonces el resto nos podemos ir (dijo alguien mientras la fila se iba desperdigando. - ¡ALTO AHI! ¡Todos sois culpables porque TODOS dejáis el balcón abierto! - ¡Yo no! - ¡Yo tampoco! - ¡Ni yo, mira éste!....
Alguien dijo: - Quién abre y cierra el balcón es la cristalera. Esto lo saben hasta en Sevastopol. - El que habló se llevó media hora de aplausos. Luego vino el saber que quería decir esa palabra tan rara. - Me suena a Compañía de recogida de basuras cuyo dueño se llama Sevas. - Hubo otra media hora de aplausos.
Pero entre tanto jaleo se impuso una discusión familiar a cargo de las dos caras de la Cristalera. Primero fueron gritos, después vinieron los porrazos cuando una estampó la puerta contra la pared, pillando por en medio a un montón de bolas de polvo: - ¡Eh, eh, que os vais a romper! (grité)
Nubes de polvo sideral mezclado con arena del desierto del Sahara pusieron una nota de irrealidad en el ambiente: - ¡Anda, que chulo! - Chulísimo (dijo la cascarrabias de la escoba) pero me tocará barrerlo a mi.
Pascualita la emprendió a dentelladas contra el polvo y acabó tosiendo como yo y con las pestañas llenas de legañas de tanto lagrimeo... porque la sirena tiene pestañas. Postizas pero pestañas al fin y al cabo. Se las regaló la abuela y desde entonces no se las ha quitado.
Bueno, ¿qué hacemos? - dijo el comensal de las treinta monedas de plata. - Invítanos a comer buñuelos, ricachón. - Y como se las sabe todas, dijo: - Mis monedas no son de curso legal. No puedo invitaros... Cuanto lo siento. - ¿Y tú, nena? - Justo en ese momento me dio un ataque de tos que duró hasta que cada uno nos fuimos a nuestras cosas...
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