He puesto una toalla de playa en el balcón y he salido a tomar el sol en bragas y sostén. Pude haber usado el bikini pero ya está guardado... ahora solo me falta recordar dónde lo metí.
El sol brilla y alegra las calles pero no calienta porque la Humedad de la isla, harta de no tener apenas papel que interpretar en otoño-invierno, se ha hecho la reina de las calles.
Balcones y terrazas se ven repletos de ropa tendida que tarda la intemerata en secarse. Y allí estaba yo, tomando un sol descafeinado para no perder el morenito del verano, cuando las bolas de polvo, saltando como pulgas, estornudaron una y otra y otra y otra... vez para acabar estallando como fuegos artificiales. Dos segundos después estornudábamos todos.
La gente que pasaba por la acera, al oír los estornudos se tapaban nariz y boca y salían corriendo gritando: ¡lagarto, lagarto!
Pascualita no se salvó de estornudar. Cada atchis era un salto, desde el fondo de la pila de lavar del comedor hasta el techo. Después de chocar varias veces contra mi primer abuelito que había venido a hacernos compañía, éste tomó las de villaDiego y desapareció camino del Más Allá, no sin antes estornudar ruidosamente.
- Nena ¿quién ha estornudado? (preguntó la Cotilla saliendo de su cuarto con la cara desencajada) - Yo. - Vaya, pues juraría que ... era el ex de tu... abuela. ¡Uf, que mal me ha sentado el chinchón on the rocks de hace un rato.