Todo estaba preparado para celebrar la Noche de todos los Santos. Incluso nos llegaron los rosario dulces que mandó la abuela y dimos buena cuenta de ellos Pascualita y yo. Por la calle deambulaban grupos de fantasmas, Dráculas y vampiras entre risas, chuches y maquillajes terroríficos. La noche prometía miedo... Y lo cumplió porque el cielo, que debía estar harto de ver lo mismo cada año, volcó, sin piedad, cantidades inmensas de agua sobre los pobres mortales.
El agua, liberada de los encorsetados cauces, corría feliz, uniéndose a otros arroyos e incrementando su fuerza de caballo desbocado. Saltaba, derrapaba en las curvas. Paredes, puentes, casas, historias familiares, coches, trenes, autocares, árboles, asfalto, personas... fueron abatidos sin piedad en un macabro akelarre que no tenía fin.
En un alarde de su poderío, el agua asesina movía con destreza la batuta, liderando un concierto de rugidos, choques de coches, gritos de seres humanos dejados de la mano de Dios. Los relámpagos rasgaban el cielo mostrando, apenas, el resultado de su locura.
El agua alcanzó alturas y velocidades nunca vista en tierras valencianas. Buscaba con ansia a sus víctimas hasta dar con ellas y destrozarlas... Las cifras de muertos van por 205.
El caballo sigue desbocado... Pasará la noche en Mallorca, Ojalá pase de puntillas.
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