Al parecer, a la Cotilla no le ha ido bien el asunto del trapicheo que se lleva entre manos y está de un humor de perros. Le ve defectos a todo y no para de remugar. Espero que se le pase pronto porque, sino, la mandaré tarifando para el cuarto piso, que es donde está su casa. Estas mismas palabras se las he dicho a la cara pensando que caería de rodillas ante mi, suplicando que no lo haga.
Pues no. Me ha dado un empujón y se ha encerrado en "su cuarto" Cinco minutos después ha salido, sin dejar de quejarse. Ha cogido la escoba. Ha barrido las hojas secas que jugaban al escondite en el comedor, con una energía que no es normal a sus muchos años, y tirándolas después por el balcón, a la calle.
Casi de inmediato, llamaron al timbre. Era Bedulio el Municipal: - Abre la puerta que tengo que multarte por tirar basura a la vía pública. - ¡No he sido yo! - ¡Pero es tu casa! - ¡Ha sido la Cotilla! - ¡Abre! - ¡Ni hablar! - ¡¿Cómoooooo?!
La Escoba, puesta en jarras, me culpaba de haber permitido que trabajara en su horario de descanso. - ¡Tú tienes la culpa! - Su grito coincidió con el ¡Abre! de Bedulio y el ¡Ni hablar! mío. Y todo se lió porque ¿haber cómo le explico al Municipal que yo estaba hablando con una escoba que, encima, tenía razón?
- ¿Me necesitas, nena? - Mi querido primer abuelito acudió en mi ayuda y yo dije que sí. Al instante dos alaridos cortaron el aire y vi salir corriendo del portal de la finca, a la Cotilla y a Bedulio, cada uno por su lado.
A la Escoba la encontré echando una instancia al Viento, renunciando a servir en casa y pidiendo enrolarse en el prestigioso Grupo de las Escobas Voladoras. La élite de las escobas.
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