El árbol de la calle nos ameniza la mañana cantando con su potente voz, todo lo que le viene en gana. El repertorio ha sido muy extenso y la solución a tanta tabarra ya empieza a verse: ¡se está quedando afónico!
Pepe el jibarizado, que sigue vigilando los movimientos del señor Li, está encantado con su trabajo. Y como no tiene orejas... bueno, sí que tiene pero de adorno porque dentro no hay nada, no le ha molestado, ni poco ni mucho el cante del árbol.
En cuanto el señor Li cambia de postura, Pepe lanza su consabido OOOOOOOOOOOOOOOOOOO y deja que su ojo-catalejo, siga dando la vuelta entera a su alrededor.
He querido saber si el señor Li ha echo borrón y cuenta nueva con la historia de las gambas gordas y he ido a sentarme en el banco, a su lado. En cuanto me ha visto ha preguntado. - Yo vel gamba golda en tu casa. - ¿Ah, sí? ¿cuántas? - Una... Yo quelel muchas. - ¿Ha preguntado al chino del Restaurante chino si él tiene en su despensa? - No... ¿El tenel? - Ah, no sé...
El señor Li se levantó del banco, puso las manos a su espalda y caminando, xino xano, se marchó pensativo.
En casa había un gran alboroto: - ¡El de las treinta monedas ha raptado a Pascualita! - ¡Imposible (dije yo) - Mi primer abuelito me sacó de mi error: - La sirena está dentro del cuadro de la Santa Cena.
La llamé y apareció reptando sobre las migas de pan de dos mil años. Me puse al lado del cuadro, con todos los comensales al rededor de Pascualita. Me puse yo también y salió un selfi precioso e histórico donde los haya. Se lo he mandado a la abuela.
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