Si la abuela ya era de por sí famosa en el barrio, por ser la única vecina que logró echarle el guante a uno de los solteros de oro de ocho o nueve apellidos mallorquines, convirtiéndose en millonaria consorte. Cuando algún vecino enseñaba el Paseo Marítimo a familiares de la Península, no dejaba de señalar la Torre del Paseo Marítimo: - ¡Ahí vive la mujer que ha dado brillo a nuestro barrio!... Lástima que su nieta no se parezca a ella. La pobre mujer solo le pide una cosa: un bisnieto ¡Nada más! Bueno, pues no se lo da ¿Se puede ser más egoísta?
Ahora, con el detalle de llevar a los proletarios del barrio hasta sus trabajos, sus colegios... etc., el Alcalde está pensando en erigirle una estatua que perpetúe su memoria.
Cuando conté ésto en casa Pascualita lloró de alegría y tuve que prepararle tres tazas de cola cao donde se tiró de cabeza hasta vaciarlas, dejando la cocina pringosa y embadurnada de chocolate: - Para quitarme los nervios (le dijo a mi primer abuelito)
El árbol de la calle alzó su vozarrón para pedir que instalasen la estatua junto a su tronco: - Las bolas de polvo saltaban de alegría: - ¡Saldremos en la tele, yupyyyyyyyyyyyyy!
Fueron las Cofre quienes pusieron cordura entre tanto guirigay: - ¡Se la comerá! (dijeron al unísono y todos echaron el freno Magdaleno - ¡Es verdad! - ¡Es un tragaldabas! (gritaron los comensales de la Santa Cena)
Y así fue trascurriendo el día. Los debates a cuenta de la nueva estatua para la Ciudad desataban, de tal modo las lenguas, que a la gente se les olvidó poner la tele. Mientras, Andresito seguía en la UCI recuperándose del soponcio del día anterior.
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