Unos días después recordé el interés que mostró la Cotilla por los bañadores de casa. Y me dio el palpito de que había visto negocio en ellos. A partir de aquí ya no tuve nada más que hacer que esperarla para que me diera la mitad de las ganancias.
De la cocina llegó la voz sabia de Pepe el jibarizado: - OOOOOOOOOOOOOOOOOOO - A la conversación se unió el comensal, de las treinta monedas, de la Santa Cena que empezó diciendo: - ¿Qué es un bañador? ¿Y un bikini?
Las bolas de polvo no tenían ni idea. Su vida es muy corta y no se la pasan yendo a la playa o viendo revistas. Ninguno de los comensales había pescado algo así mientras fueron pescadores y no pudieron opinar. Tampoco Pepe el jibarizado tenía opinión al respecto, aunque daba igual porque no le entendíamos
La única que lo sabía con certeza era Pascualita. Para ella era ridículo usar tela para meterse en el mar. Le bastaba con sus escamas y si acaso, con la parte de arriba del bikini para fardar de moderna aunque no hubiese sirenos para admirarlo o sirenas para criticarlo. Total, asunto zanjado.
- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaa! - Le solté a bocajarro: ¿Cotilla qué ha hecho con los bañadores? - Trapichear con ellos. Los cambié por un paquete de kleenex. Estoy constipada. - ¡Pues la mitad son míos! - Toma..., la mitad llena de mocos.
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