jueves, 21 de noviembre de 2024

Pum.

Al árbol de la calle no le ha echo ni pizca de gracia que la Escoba se meta con su forma de cantar y de ser. Y como es un rencoroso de libro, ha llenado mi casa de hojas muertas, cualquiera sabe cómo, porque la Cristalera del balcón estaba cerrada a cal y canto.

La única que está feliz es Pascualita que le ha cogido afición a comer hojas secas de platanero y me temo que cogerá una indigestión . De momento ya tiene una barriga como no la había visto nunca.

- ¡Para ya de comer esa porquería! - Le sorprendió mi grito y quedó boquiabierta durante unos instantes. Y ese silencio me vino bien porque seguí oyendo el típico crujido de las patatillas. Eso indicó que había más tragaldabas de hojas... ¿Quién podía ser? Pensé en Pompilio pero, no. Siempre está ocupado, de acá para allá, corriendo en busca de parejas de calcetines y coger uno  para su colección. 

La voz de Pepe el jibarizado llegó, desde la cocina, límpia y clara como siempre: ¡OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!

Seguro que tenía razón, solo que mi primer abuelito debía estar ocupado probándose sudarios de alta costura y no apareció para traducirme el enrevesado idioma del llavero. 

De repente sonó una fuerte discusión cerca del aparador del comedor. Allí estaba Pascualita saltando para entrar en el cuadro de la Santa Cena donde (me fijé) los comensales se habían apoderado de cientos de hojas secas con las que paliaban el hambre que pasan todo el año y que la egoísta de la sirena también quería para ella - ¡Te va a explotar la barriga! (grité)

¡¡¡PUM!!!

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