A la Cotilla no le ha quedado más remedio que volver a casa, de modo clandestino, para recoger lo que llevará al trapicheo. Ha entrado de puntillas, con una pamela enorme en la cabeza que le tapaba toda la cara. - ¿No me diga que la ha encontrado cerca de la tienda del señor Li, Cotilla? - Pues sí. Pero no des nombres por si ronda por ahí el puñetero de tu primer abuelito y me asusta. - ¡¿Ha robado la pamela?! - ¡Noooo! Una ráfaga de viento la traía volando y me la ha encasquetado. - ¡Que casualidad!
De repente la lámpara del comedor se meció, sola y la Cotilla salió por pies.
En el comedor se había formado un guirigay entre el viento de Tramuntana, cuyas ráfagas jugaban a ver quién metía más hojas secas del platanero en casa. Discutían con la Cristalera que no quería abrirles, ayudado, en éste caso, por la escoba y la fregona que hicieron causa común con ella.
En medio de la escandalera escuché a la fregona preguntar a su amiga: - ¿Te han contestado ya los de el Grupo de Escobas Voladoras? - No, hija. Y estoy que trino con el puñetero platanero que solo sabe dar la murga con sus canciones y trabajo extra con las hoja.
Por el rabillo del ojo vi a Pascualita comiendo hojas secas a dos carrillos que, al ser mordidas, sonaban a patatilla
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