Dejé a los comensales de la Santa Cena en una caja de zapatos para que no se perdieran por casa mientras llevaba el cuadro a ponerle un nuevo cristal. Hubo protestas por su parte, cuando, al poner la tapa quedaron a oscuras. - ¡Eh, eh, boba de Coria! ¿Se ha ido la luz? ¡Ay, que cabezazo nos hemos dado por tu culpa, jodía! - Menos abusar de la comida y ahora no pasaría ésto (repliqué)
Hasta volver a casa con el cristal puesto no caí en la cuenta de que debería haber metido antes en el cuadro a los comensales. A ver por dónde entrarían ahora.
Al abrir la caja de zapatos también hubo quejas. Esta vez por quedar deslumbrados al recibir la luz del sol de golpe.
Después vino la pregunta clave: - ¿Por dónde entramos? - Pensé que me daríais la solución vosotros... - Yo me quedo fuera. - Fueron varios los que optaron por ello, Otros decidieron entrar... si daban con la puerta. Por último, hubo algunos indecisos.
Se pasaron el día entero discutiendo los pros y los contras sin llegar al consenso entre ellos hasta que llegó la noche y bajó la temperatura.
Poco a poco, se fueron agrupando para darse calor pero, a medida que pasaron las horas el frío se acentuó y hasta mi cama llegó el castañeteo de sus dientes. - ¡No podré dormir! - Ya lo creo que dormí. Como un lirón.
Cuando, por la mañana recogí a Pascualita para desayunar juntas, al pasar junto al aparador, unos sonoros y acompasados ronquidos me dieron a entender que, en una de esas horas brujas de la madrugada, los comensales encontraron el consenso y la entrada al cuadro de la Santa Cena.
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