Ese día algo explotó y fue contundente. ¿La barriga de Pascualita? No me extrañaría porque, últimamente, come más que antes. ¡Mucho más!
Si en lugar de una birria de sirena fuese una ballena ahora toda la casa estaría llena de su grasa y no habría por dónde cogerla. Patinaría y a poco que el viento soplara, la casa se deslizaría sobre sus cimientos recorriendo el barrio anunciando que se vendía a buen precio, aceite de ballena para las frías noches de invierno. Y ballenas, esas tiras que se usaban en la fabricación de fajas y te dejaban una cinturita de avispa.
Da para mucho un ballena. Pero no una birria de sirena. ¿Qué habrá sido de su hermosa cola de sardina? ¿O de su pelo-alga? ... Me estuve fijando y no vi ni rastro de Pascualita. Llamó la abuela: - "Si estás buscando a mi chiquirritina bonita, que sepas que está conmigo, boba de Coria"
Me acerqué a la Cristalera para anunciar, urbi et orbi, la noticia de la sirena. - Vaya (dijo el árbol de la calle) me hubiese gustado quedarme con la pila de lavar del comedor. Así siempre tendría agua para mis raíces.
Se oyó: ¡cric!... ¡AAAAYYYY! El suelo se tiñó de rojo pasión. Pensé que mi primer abuelito había extendido una tela de seda china para darle colorido a la casa. Pero, no. Era sangre ¡¿De quién, porfa plis?! Mia... ¡¡¡M. I. A.!!! - Clavado en la planta del pie, un trozo de cristal del cuadro de la Santa Cena, presumía de moderno: - ¡Auténtica sangre de la nena, oiga! - La Cotilla guardó una poca para hacer botifarrones.
Así que la explosión ocurrió en el cuadro. ¿Por qué? ¡Por rendirse ante la Gula! esa tragona que ha conseguido engordar a los comensales en un pispás. Al cristal no le ha quedado más remedio que estallar porque ya no cabía tanto gordo súbito.
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