¡La que se ha liado en el cuadro de la Santa Cena cuando Pascualita se ha dado cuenta de que allí no hay agua sino, vino!
La sirena ha evolucionado tanto desde que vive en casa, que ya no tiene que zambullirse, cada dos por tres, para no ahogarse. Ella sola ha ido regulando sus branquias adaptándolas hasta hacerlas, casi, pulmones. Por eso se pasa horas fuera de la pila de lavar del comedor. Sabe que, en cuanto necesite agua de mar la tendrá al momento... pero en el cuadro de la Santa Cena, no hay playa.
Cuando Pascualita se dio cuenta tuvo un severo ataque de ansiedad. Y atacó. Las mandíbulas de tiburón sonaban así: ¡¡¡CLAC, CLAC, CLAC!!! y más de un comensal quedó con el culo al aire, cuando le arrancó trozos de túnica
Aquello se convirtió en una ensalada de gritos y carreras. En un momento dado, cayó al suelo la bolsa con las treinta monedas y éstas rodaron por el suelo en busca de rendijas donde esconderse. Afortunadamente porque una de ellas encontró el camino de salida del cuadro. Mi primer abuelito dejó en suspenso una prueba del nuevo sudario de Versache, que llevaba camino de ser espectacular, para acudir a enterarse de ¿a qué venía tanta escandalera?
Fue mano de santo. Guió a una medio sardina dando sus últimas boqueadas, hacia la rendija salvadora. Segundos después Pascualita se hundió en las profundidades de la pilar de lavar del comedor y respiré tranquila hasta que, Pompilio, llegó con tal cargamento de calcetines viudos que, a penas, podía dar un paso. - ¿Para Valencia? (pregunté) - ¡No! Para mi. Empiezo una nueva colección.
Al día siguiente fue noticia de portada en el mundo entero, la desaparición de miles de calcetines desparejados.
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