Pasaron las semanas sin que apareciera el llamado pececillo y Andresito seguía preguntando por él. - Que cansino es tu marido, abuela. - "No tenía ni idea de que lo fuera tanto. Ya no sé qué decirle porque el pobre lo hace de buena fe. Incluso ha querido tirar de sus amigos influyentes en las finanzas: - No me costaría nada hacerlo, querida. - Pero le he dicho que no, por activa y por pasiva, pero no ha sido hasta que me he puesto en jarras y le he gritado: - ¡No quiero que por un capricho tonto tengas que deber favores a nadie!. De momento ha cerrado la boca".
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