Andresito preguntaba por "el pescadito" para ver como estrenaba el tren submarino. Pero la abuela y yo sabíamos que, por muchas razones, no podíamos presentárselo. Estaba escondido en mi cuarto porque de pescadito no tenía nada.
Se había convertido en un monstruo marino, con la dentadura de tiburón siempre presta a morder y comer porque había vuelto a probar la carne humana. Cosa que le trajo a la memoria aquellos gloriosos atracones de marineros que hicieron famosas a las sirenas. ¡Y quería seguir con esa dieta, la jodía!
Así que le dijimos a Andresito que queríamos un pececito original que tardaría un poco en llegar a la tienda de peces. - Es del Tibet. Y difícil de coger. Además, los serphas lo tienen como amuleto... - ¿Para subir al Himalaya? - "También para bajar" (dijo la abuela, muy seria) - ¿Lo llevan en tapers, en escabeche? - "¡No!... en pecera irrompible y anticongelante" - Bueno, bueno. ¿No me negaréis que es un bicho raro?
Le dimos la razón ya que no podíamos darle nada más hasta que la medio sardina se calmara.
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