He salido a la calle a por churros. Cosa harto difícil durante el año pero ahora, cerca de las fiestas navideñas, precursoras de comilonas, turrones, orejones, dátiles... en fin, cosas ligeritas para el estómago, las churrerías rodantes proliferan en Palma como las setas en el bosque. Y como no puede haber churro sin chocolate, voy a tener que empezar la operación bikini el 21 de enero. Final de las fiestas en Palma.
En cuanto Pascualita ha visto que cogía el bolso ha saltado a mi escote, helada y chorreando agua de mar. - ¡Jopé, sécate antes, puñetera!
La calle nos esperaba. Pasamos por el Ayuntamiento donde un nutrido grupo de personas hacían cola para ver el Belem.
A medida que nos alejábamos, camino de la Catedral, las luces que iluminaban la fachada del enorme edificio, dejaban en penumbra la parte baja del mirador.
La isla volvíó a ser "de la calma" en aquel lugar frente al mar. La mente, libre, pegó la hebra con las piedras medievales del palacio de los antiguos reyes de Mallorca.
Pascualita fue la primera que lo vio. La sombra del caballero que mató al Drac y dio nombre a la leyenda, montaba el caballo que guarda el sueño del Obispo. Nos saludamos: - ¿Vas a por churros, nena? - Claro. Es lo que toca. - Que envidia...
Por las viejas piedras de la Almudaina, mallorquines de tiempos pasados formaban coros hablando de sus cosas mientras lagartijas noctámbulas jugaban al escondite entre las fisuras de las piedras de la muralla. Pascualita, más vieja que nadie pero siempre rejuvenecida, disfrutaba del paseo tanto como yo...
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