La segunda fiesta de Pascua, día de canalones en muchas casas, ha amanecido radiante después de los vendavales ¿y qué he echo? Lo que muchos mallorquines: ir a ver el mar.
He metido a Pascualita en el termo de los chinos (termo que, al igual de la sirena, tiene pinta de durar milenios también) y hemos ido, tranquilamente, a la playa cercana a casa, sabiendo que los canelones vienen envasados y solo hay que abrir la lata.
El árbol de la calle, desnudo de sus hojas, tiritaba a esas horas en las que el sol aún no había llegado a su copa. Al vernos salir del portal, exclamó: - Dichosas, vosotras, que podéis moveros libremente... - pero, a medida que hablaba iba subiendo el tono y empezó a desbarrar: - ¡Enchufadas! ¡Estáis vendidas al oro americano! ¡Lameculos! ¡Marisabidillas! ...
Corrí hasta doblar la esquina y salir de su vista porque, aunque sabía que nadie podía escucharlo, no quise tentar a la suerte. A Pascualita le gustó la carrera que nos dimos y no dejó de aplaudir hasta ver el mar.
Juntas contemplamos el panorama de un mar Mediterráneo apacible, luminoso. tranquilo, brillante y admirado por los cientos de paseantes junto a su orilla. Dejé que Pascualita se bañara entre las rocas, ceñido el cuerpo por un arnés y una cadenita que le compró la abuela. para que, al meterse en el agua no tomara las de Villadiego y desapareciera en las profundidades del mar.
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