jueves, 26 de diciembre de 2024

Precioso día de invierno.

La segunda fiesta de Pascua, día de canalones en muchas casas, ha amanecido radiante después de los vendavales ¿y qué he echo? Lo que muchos mallorquines: ir a ver el mar. 

He metido a Pascualita en el termo de los chinos (termo que, al igual de la sirena, tiene pinta de durar milenios también) y hemos ido, tranquilamente, a la playa cercana a casa, sabiendo que los canelones vienen envasados y solo hay que abrir la lata. 

El árbol de la calle, desnudo de sus hojas, tiritaba a esas horas en las que el sol aún no había llegado a su copa. Al vernos salir del portal, exclamó: - Dichosas, vosotras, que podéis moveros libremente... - pero, a medida que hablaba iba subiendo el tono y empezó a desbarrar: - ¡Enchufadas! ¡Estáis vendidas al oro americano! ¡Lameculos! ¡Marisabidillas! ...

Corrí hasta doblar la esquina y salir de su vista porque, aunque sabía que nadie podía escucharlo, no quise tentar a la suerte. A Pascualita le gustó la carrera que nos dimos y no dejó de aplaudir hasta ver el mar.

Juntas contemplamos el panorama de un mar Mediterráneo apacible, luminoso. tranquilo, brillante y admirado por los cientos de paseantes junto a su orilla. Dejé que Pascualita se bañara entre las rocas, ceñido el cuerpo por un arnés y una cadenita que le compró la abuela. para que, al meterse en el agua no tomara las de Villadiego y desapareciera en las profundidades del mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario