Alrededor de la mesa del comedor nos juntamos la Momia, mi bisabuelastra con sus cubanitos culitos-respingones que les dieron a los villancicos clásicos, un ritmo de samba; la abuela y Andresito, el inglés y mayordomo Geooorge, la Cotilla y a dos palmos sobre la lámpara, mi primer abuelito contemplando extasiado a la Momia, su amor platónico. Y presidiendo la comida de Navidad: el pavo. Que nos dejó sin orejones, higos secos y demás fruslerías, en un santiamén.
El pavo estaba pletórico. - No sabía que los humanos también comían delicatesen ¡Gló, gló, gló...!
La familia ni los veía ni oía pero doy fe de que todos los demás personajes también estaban con nosotros. Y brindaban ¡Ya lo creo que sí! De los comensales de la Canta Cena, algunos empinaron el codo más veces de las permitidas y cantaban Asturias, patria queridaaaaaaa! a grito pelado.
El árbol de la calle, cómo no, nos ofreció, varias veces, el brindis de la Traviata. Pascualita, colocada en plan broche en el pecho de la abuela, no le quitaba ojo al pavo. Tal vez con la intención de no dejar pasar mucho más tiempo sin probarlo. Sobretodo cuando Pepe ¡¿cantaba?! : - OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO (o lo que es lo mismo) ¡Echale guindas al pavo que yo le echaré a la pavaaaaaa, azúcar, canela y clavooooooo...!
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