lunes, 16 de diciembre de 2024

Aspirina indultada.

En un rincón, bajo el aparador, un coro de voces blancas,,, y no tan blancas, cantaban antiguos villancicos. El coro lo formaban un montón de bolas  de polvo que desapareció en un plis plás en cuanto abrí el balcón y una ráfaga de viento, que debía estar ya hasta las narices del "¡arre borriquito...!",  se las llevó.

Dejé la aspirina que iba a tomar para aliviar el dolor de cabeza ocasionado por el tostón de tres horas escuchando lo mismo, en su caja. El suspiro de alivio de la pastilla resonó como un eco dando bandazos contra las paredes. - ¿Pensaste que iba a fundirte en una cuchara con agua, verdad? Dale las gracias al Viento que ha sido muy oportuno.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaa! Nena, ayúdame que ya no tengo cien años, coñe. - La Cotilla traía a rastras un enorme Arbol de Navidad de plástico y en su bolsa sin fondo iban las guirnaldas, luces y bolas. - ¿Lo ha conseguido con el trapicheo de ésta noche? - No, lo he visto de camino a casa y como el Arbol que tenemos está un poco pallá, lo he cogido... - ¡Huy! me temo lo peor... ¿Estaba cerca de la tienda de los chinos del señor Li? - Pues sí... - ¡Lo ha robado! ¿Es que no tiene espíritu navideño, Cotilla? - No, de eso no tengo pero ¡de robarlo, nada! Estaba en la acera ¡abandonado! Y me he dicho que, para que lo coja otro, lo cojo yo. Y menudo sacrificio he echo porque pesa lo suyo.  - Ahora me dirá que las bolas estaban por el suelo. - ¿Cómo lo sabes, nena? Al final tendrás el don de la adivinación.

Y nos sentamos en la salita a tomar unos chinchones on the rocks aprovechando que había entrado ... ¡hip!... un rayo de sol.

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