domingo, 1 de diciembre de 2024

Topetazos.

Pascualita ha pasado del agua fría  de la pila de lava del comedor, al calorcito de mi escote, que al sentir el cuerpo mojado de la sirena, se enfrió al instante como por arte de mágia.

- ¡La madre que te parió, medio sardina! ¡Estás helada! - La cogí por los pelo-algas, hice molinete y al soltarla, voló a velocidad supersónica chocando su cabeza contra la de la Cotilla. Se oyó un fuerte ¡CLONC! y ambas cayeron al suelo sin conocimiento

 Viendo que todo había terminado bien, los comensales de la Santa Cena recordaron, entre suspiros de añoranza, los campeonatos de topetazos de carneros de sus tiempos jóvenes. Aquello eran cabezazos. ¡Y algunos se apostaban hasta la casa donde vivían! Era una locura.

El comensal de las treinta monedas, entusiasmado por los recuerdos, gritó: - ¡Apuesto mis monedas por Pascualita! - ¡Qué dices, hombre! Si tiene una cabecita... - ¡Durísima! 

El entusiasmo creció a medida que sus gritos hasta que yo dije: - ¡Tus monedas no valen! - Ya salió la aguafiestas de siempre: - dijo el "potentado" - ¡Juguemos con el dinero del Monopoli! (soltó mi primer abuelito, al que le brillaban los ojos, por el reflejo de la seda de su sudario nuevo y la ambición del juego: - ¡¡¡JUGUEMOS!!! - Gritamos todos.

Fueron muchos los topetazos entre Pascualita y otros contrincantes. Cuando acabó el juego repartí aspirinas a todos. El ganador tenía ante sí todo el dinero del manopoli más sus treinta monedas y una sonrisa de oreja a oreja.

 

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