Pascualita está inaguantable. Histérica perdida. Lo mismo suelta dentelladas a diestro y siniestro que salta dentro de lo primero que se le pone a tiro, como, por ejemplo, mi escote o el plato de sopa, recién salido del microondas. ¡Lo que me reí! Fue tal la quemadura que la casa olía a pescado hervido.
Pensé que eso la calmaría pero no fue así. Estaba rabiosa y le di la culpa al árbol de la calle por cantar todo el día "Ojalá que llueva, café" Yo misma estaba hasta las narices de oírlo. Cuando se lo recriminé contestó que no era culpa suya sino de la vecina del segundo que un día tiró café desde su balcón, cayó en el alcorque, las raíces lo probaron y quedaron enganchados a la cafeína. - ¿La del segundo? ¡Será guarra la tía! - Estás ofendiendo al totem de las raíces... -
Cerró la boca al tiempo que su actitud corporal decía:- Ahora sabrás lo que es bueno... Y así fue. La vecina del segundo se dio por aludida y vació una cafetera, recién echa, en mi balcón manchándolo todo. Incluso salpicó a la florecilla de mi única maceta Ayayayayayayayaya...(se quejaba, pobrecita mía)
Furiosa como estaba, no se me ocurrió otra cosa que tirarle el agua con la que había fregado la cocina. Usé toda mi fuerza. Y el agua que, justo es decir que me avisó (¡Que no llego al segundo! ¡Que no llegoooo! ¡¡¡PLAFF!!!
No llegó... porque, al perder fuelle, el agua cambió de rumbo y me cayó encima poniéndome como una sopa. ¡Puaf, que asco!
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