¡Qué rabia me da cuando desaparece el Servidor del ordenador y no hay manera de encontrarlo. Cuando me lo eche a la cara le va a caer la del pulpo!
Anoche lo esperé, como esas madres que esperan las llegadas de sus hijos en sus primeras salidas nocturnas, con el corazón en un puño. Y el tiparraco no apareció. Pregunté a la Cotilla cuando regresó de sus trapicheos: - ¿Ha visto a mi Servidor. por casualidad? - ¿Tenía que haberlo visto? Qué tienes cara, boba de Coria. Llevo AÑOS intentando ver a Pacual y no has sido capaz de presentármelo nunca ¡Jamás!
- ¿Quién es Pascual? (la preocupación por encontrar al Servidor me hizo bajar la guardia) - ¿Quién va a ser? ¡El querido de tu abuela!
Es que... son cosas muy... personales, Cotilla. Yo ahí no tengo nada que ver. No lo conozco... - ¡Huy, que mentiraaaaaaa! ¿Cuántas veces he estado a punto de pillarlo y le has ayudado a esconderse? - Ninguna. Además, mi abuela solo tiene ojos para su Andresito. - ¡Mentira cochina!
Por el rabillo del ojo vi movimiento en la pila de lavar del comedor. Pascualita, a la que le encantan las peleas, abandonó su cama de arena dispuesta a pasar un buen rato. Y vaya si lo pasó porque, en cuanto escuchó que la bruja de la Cotilla, a quien la sirena no puede ver ni en pintura, hablaba mal de su amiga del alma, saltó como un resorte gracias a su preciosa cola de sardina, cayó en el escote de la vecina mordiendo una y otra y otra y otra vez unos pellejos arrugados que, gracias a eso, se convirtieron en enormes y turgentes pechos dignos de películas italianas de los años cincuenta. Todo esto acompañado de gritos, lamentos, carreras, llantos, y trasiego de media botella de chinchón bebido a morro.
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