Dos semanas lleva Andresito en casa y sin síntomas de coger el portante y largarse a su Torre del Paseo Marítimo. Está como un rey el tío. No hace nada. Ni siquiera se ha dignado a abrir alguna lata de fabada asturiana a la hora de la comida.
Cuando le insinúo por qué no se va, replica que, desde que ha dejado de escuchar a las dos mujeres de su casa: su madre y su esposa, duerme toda la noche de un tirón. - Y encima aguantar todo el santo día, la música que tocan los cubanitos-culitos-respingones a los que mi madre tiene tanta afición y que viven a la sopa boba en la Torre del Paseo Marítimo.
Al paso que van las cosas, la abuela alargará la vuelta de su marido porque, como es bien sabido, Pascualita, con su sola presencia, acaba con su asma crónica.
La nota discordante de ésta historia la pone el ánima de mi primer abuelito a quién no le hace ni pizca de gracia que la Momia (su amor platónico) esté de bailoteo sandunguero con los cubanitos. - Ya no sé que sudario, a cuál más espectacular, ponerme para que se fije de nuevo en mi.
Los personajes de casa están pendientes de qué adornos navideños les tocarán en suerte: - Espero que no vuelva a tocarme, otra vez, la figurita del gran lobo feroz que lo observa todo desde el tejado de la casa más pequeña del belen ¡Ya está bien, hombre!
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