Me fui a dormir a la playa pensando que la arena, calentada todo el día por el sol, me serviría de edredón natural. Además, el mar estaba en calma y apenas se oía... ¿Qué podía salir mal? Pues todo. Pascualita sabía que solo era cuestión de suerte que pudiera volver a las profundidades abisales donde había vivido tantos milenios y se preparó para largarse sin que la nieta se enterara... pero, a medio camino decidió que la oscuridad ya no le gustaba y volvió, reptando, hasta el termo de los chinos.
En la raya del horizonte el Alba pintaba sus colores preferidos con muy poca maña. - ¡Menuda birria! (exclamé) - ¡Estoy atacado de los nervios y la culpa es tuya!
Esto sí que no lo esperaba... (dije) - Llevo aguantando el brindis de la Traviatta desde las ocho de la tarde de ayer, sin parar. ¡Mira, me tiembla el pulso! La boca del platanero de tu casa no se ha cerrado en todas esas horas ¡No aguanto más! ¡Renuncio a mi trabajo como tú, boba de Coria, has renunciado de tu familia! ¡Menuda tropa! Arreglando sus cosas a grito pelado ¿Pero es que nadie piensa en mi? Me levanto muy tempranito... ¡snif!... ¡snif!... ¡BUUUUAAAAA!
Pascualita y yo estábamos apesadumbradas. Nunca se había visto que el Alba, tan puntilloso con su trabajo, hiciera un borrón. La medio sardina y yo nos miramos, justo cuando apareció en el cielo la palabra EGOISTA.
Salimos corriendo hacia casa. Al llegar no se oía una mosca. Me asomé al cuarto de la Cotilla. No estaba. Mi cama seguía deshecha. ¿Y mis abuelitos?... Los encontré, junto con todos los personajes de casa, junto al balcón, contemplando a una hermosa mariposa, posada en el marco de la Santa Cena, que movía sus alas, delicadas y poderosas, llevándose lo que envenena nuestro modo de ser.