Hoy me he encerrado para prepararme un bocadillo de sardinas en aceite. Pascualita no ha podido saltar sobre mi. Pero sí lo ha hecho contra la puerta de la cocina porque se oían los golpes: ¡Papam, papam, papam! - ¡Para ya, jodíaaaaaa!
Pepe el jibarizado, que parecía tener la mente más clara que el otro día, soltó, de repente: - OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO. - ¿Cómo? ¿Qué has dicho? ¡Repítelo que no estaba escuchando! - OOOOOOOOOOO - ¿Ya está? Antes has dicho más oes. Llamaré a mi primer abuelito para que traduzca.
Me costó encontrarlo. - Estaba eligiendo telas para futuros sudarios, a cual más bonitas... Bueno ¿qué quiéres? - Entonces Pepe dijo: - OO. - Sí, preciosas. - OO. - De seda salvaje, por supuesto... ¿Ya está? Pues, hale, hasta la siega del tocino...
Me quedé con dos palmos de narices: - ¿De qué vais todos? - La voz engolada del árbol de la calle, resonó tras la puerta de la cocina: - Hablo en nombre de todos los personajes de ésta casa para decirte que no tenemos por qué estar pendientes de tus labios, querida. Abre orejas y ojos cuando estés entre nosotros, por si algo te interesa. Pepe te ha dado una lección
La culpa es de Pascualita por golpear la puerta. - ¿No te sientes culpable por haberla cerrado?... Analiza lo que te digo con mi perfecta dicción, María de las Angustias.
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