Del cuadro de la Santa Cena salían risas y jolgorio. Pascualilta y yo interrumpimos nuestro desayuno de cola cao con ensaimada para ir a ver qué pasaba. Los normalmente circunspectos personajes, con cara de hambrientos, se lo estaban pasando en grande bailando y saltando con gracia y salero.
Pronto estuvimos rodeadas del resto de personajes y sin darnos cuenta, nuestros pies y la hermosa cola de sardina de la sirena, se movieron al compás de una música endiablada. Y aquello fue el acabose. Risas, caídas, canciones, en definitiva ¡ALEGRIA PARA LOS CUERPOS SERRANOS Y LOS ESTOMAGOS AGRADECIDOS!
El árbol de la calle, entusiasmado, movía las ramas sin perder comba. La casa entera había enloquecido envuelta en un frenesí de ritmos antiquísimos que nacieron de los océanos.
Ni siquiera paramos cuando entraron la Cotilla y Bedulio, el Municipal que, a grito pelado parecían decirnos algo importante a lo que no dimos la menor importancia y seguimos bailando.
Recuerdo que me pusieron una camisa de fuerza que me sentaba muy bien y no me quedó más remedio que salir a saludar a quienes nos aplaudían.
Cuando, horas después, acabamos derrengados por los rincones de casa, sobre la mesa del comedor esperaban unas bandejas de crespells y empanadas que, combinados con chinchón on the rocks, nos sentaron de maravilla.
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