Era muy temprano cuando han llamado a la puerta. Caminando como una momia he tropezado con algunos muebles. Me ha costado lo mío pero he conseguido abrir y en el descansillo no había nadie, solo piedras. Han vuelto a llamar. He vuelto a abrir. Y otra vez, y otra, y otra...
Después de ir y venir de la cama a la puerta y viceversa, puedo prometer y prometo que, de noche, los muebles se cambiar de lugar. La última vez que abrí la puerta las piedras se metieron en casa .
Desayuné una taza se chinchón on the rocks con galletas de Inca. Necesitaba algo así porque me pareció que las piedras ¡andaban! Metí la cabeza bajo la ducha y, aún así las piedras seguían caminando.
Lo grité a los cuatro vientos y todos los personaje, incluso los gorriones envidiosos que estaban atentos a la llegada de los vencejos y sus alegres trinos, me prestaron atención - Grité: ¿Qué hacen éstas piedras? - La respuesta fue unánime: ¡ANDAN! - Por tanto son: - ¡ANDARINAS!
A la velocidad de la luz salió Pascualita a por las piedras. Se juntó con ellas, las abrazó, la abrazaron ¡Se conocían! La sirena contó a mi primer abuelito que las piedras empezaron a andar cuando se creó el mundo. Lo mismo ocurrió con las sirenas. Unas crearon montañas de todos los tamaños. Otras aprendieron que, cantando, podían comer marineros.
Ahora tengo la casa llena de piedras que juegan a tirarse del balcón a la calle cuando Pascualita dice algo así como ¡SUS! Solo espero que no descalabren a nadie... Ni siquiera a Pere Castell que me las presentó.
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