sábado, 12 de abril de 2025

Maldito traspiés.

 Mientras Pascualita y yo desayunábamos, un repiqueteo en la calle llamó mi atención. Corri al balcón con la sirena, llena de cola cao metida en el mi escote. Me asomé y vi lo que pensé que era desde el primer momento: obreros municipales abriendo una zanja en mi acera. 

Con lo que eso supone: ¡hombres sudorosos! ¡Y debajo de casa! Llamé a la abuela: - "¡Que alegría me das, nena! Ahora, a ver que sacas en claro de ésta gran oportunidad que te brinda el Destino ¡Aprovéchalo!"

La abuela colgó el teléfono pero me dio tiempo a escuchar como hablaba entusiasmada con Andresisto: - ¡Ojalá que esta sea la definitiva y venga el bisnieto...

Yo estaba encantada de poder darle ésta alegría. Y  me puse manos a la obra (nunca mejor dicho) Me arreglé con esmero aunque sin pasarme. Y así, envuelta en efluvios de agua de colonia Heno de Pravia, bajé a la calle a repartir guapura entre los trabajadores del pico y la pala.

Desde lo alto del árbol de la calle muchos pares de ojos me miraban, eso me desconcertó un poco y di un traspiés.  Muy atento, uno de los obreros me sujetó por el brazo: - ¡Uep, cuidadín bonita! que te vas a ir de bruces al suelo. Que éstas no son horas de empinar el codo, mujer.

De un tirón me solté de él. - ¡Su madre puede que lo empine porque debe resultarle un drama tenerle como hijo, cretino! 

Seguí andando aunque los pasos no me salieran de lo más atractivo. - Bájate de esas columnas que llevas como tacones que no está hecha la miel para la boca del asno. - El se puso totalmente de puntillas y caminó por la acera con un meneo excitante mientras los compañeros le silbaban y aplaudían. - ¡Así se mueve una dracquin! ¡Artistaaaaaa!

Volví a casa, mohína. Había perdido el primer asalto

 

 

 

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