Mientras Pascualita y yo desayunábamos, un repiqueteo en la calle llamó mi atención. Corri al balcón con la sirena, llena de cola cao metida en el mi escote. Me asomé y vi lo que pensé que era desde el primer momento: obreros municipales abriendo una zanja en mi acera.
Con lo que eso supone: ¡hombres sudorosos! ¡Y debajo de casa! Llamé a la abuela: - "¡Que alegría me das, nena! Ahora, a ver que sacas en claro de ésta gran oportunidad que te brinda el Destino ¡Aprovéchalo!"
La abuela colgó el teléfono pero me dio tiempo a escuchar como hablaba entusiasmada con Andresisto: - ¡Ojalá que esta sea la definitiva y venga el bisnieto...
Yo estaba encantada de poder darle ésta alegría. Y me puse manos a la obra (nunca mejor dicho) Me arreglé con esmero aunque sin pasarme. Y así, envuelta en efluvios de agua de colonia Heno de Pravia, bajé a la calle a repartir guapura entre los trabajadores del pico y la pala.
Desde lo alto del árbol de la calle muchos pares de ojos me miraban, eso me desconcertó un poco y di un traspiés. Muy atento, uno de los obreros me sujetó por el brazo: - ¡Uep, cuidadín bonita! que te vas a ir de bruces al suelo. Que éstas no son horas de empinar el codo, mujer.
De un tirón me solté de él. - ¡Su madre puede que lo empine porque debe resultarle un drama tenerle como hijo, cretino!
Seguí andando aunque los pasos no me salieran de lo más atractivo. - Bájate de esas columnas que llevas como tacones que no está hecha la miel para la boca del asno. - El se puso totalmente de puntillas y caminó por la acera con un meneo excitante mientras los compañeros le silbaban y aplaudían. - ¡Así se mueve una dracquin! ¡Artistaaaaaa!
Volví a casa, mohína. Había perdido el primer asalto
No hay comentarios:
Publicar un comentario