Pascualita no podía creer lo que veía cuando abrió los ojos en mi regazo después de una buena siesta. Tampoco yo podía creerlo . Ante nosotras se alzaba la Gran Pirámide egipcia... ¿se trataba de un sueño dentro de otro? ¿Qué hacíamos en Egipto y sobretodo, cómo habíamos llegado hasta aquí?
En realidad esto último no nos importaba. Estábamos aquí y miel sobre hojuelas... pero pronto empezó a picarnos la Curiosidad.Que me río yo de los mosquitos, sean los que sean porque, nada pica más que la Curiosidad.
La sirena y yo nos miramos. Ambas queríamos decir cosas que, a su vez, no queríamos decir pero el picor se fue haciendo insoportable. - ¡Vale ya! - le dije con mi voz más severa. Y aquí descubrí que a la Curiosidad, en el fondo, le importa todo un bledo. Qué más le da una cosa que otra, la cuestión es picar ¡Eso le gusta a la jodía!
Hicimos, como el que no quiere la cosa, caminando sobre la arena caliente. Las lágrimas se fundían con las gotas de sudor y fue una suerte porque, cuando se acabó el agua del botijo, añadimos esa mezcla con chinchón on the rocks y encantadas de la vida.
Seguimos haciendo como el que no quiere la cosa y descubrimos en un rincón del desierto, la alfombra voladora que nos trajo hasta los pies de la pirámide. Pascualita negó que tuviera pies porque vio cómo la hacían, allá por los albores de la Humanidad y nunca se vio, ni puestas, ni sin estrenar, babucha alguna.
Seguíamos rascando cuando la Curiosidad se salió con la suya. En la cara sur de la pirámide había puesto un letrero: Se vende o se alquila. Se nos cayó el alma a los pies y se hizo cisco.
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