Llené el termo de los chinos de agua de mar. Metí a Pascualita dentro y salimos a pasear aprovechando el buen tiempo. La sirena iba asomada y no perdía detalle de lo que pasaba a nuestro alrededor.
Sacó uno de sus bracitos y señaló hacia abajo. - ¿Qué has visto? - Siguió señalando mientras yo hacía lo que podía porque la medio sardina, quería que viera con mis ojos humanos, lo que ella veía con sus ojos de pez. Una hora después seguíamos en el mismo lugar, con mi cerebro agotado y con Pascualia cabreada porque no doy con lo que quiere decirme.
- Yo: - ¿un papel..., un chicle masticado..., un escupitajo..., un vaso de papel arrugado..., una caca de perro..., piedrecitas..., una hierba..., etc. etc. etc.?
El bracito blancuzco de la sirena seguía, insistentemente, señalando el mismo lugar. Yo ya estaba hasta las narices. - ¡Ya no sé qué más decir, jodía! ¿Cómo no sea las hormigas de ese hormiguero? - El brazo blanquecino entró, de nuevo, por fin, en el termo. ¿Eso es lo que querías ver? ¡Pues, dilo, cooooñé! Hale, pues ya lo hemos visto, Volvemos a casa. Que paseo más tonto hemos dado por tu culpa.
Al darme la vuelta para regresar, me di de bruces contra mi primer abuelito que flotaba ante mis narices. ¡Ay, que susto!... ¿No llevas sudario? Entonces, vas ... ¿desnudo? ¿te lo permiten los jefes del Más Allá? ... que modernos, oye. ¿Qué haces por aquí?
Resulta que Pascualita le había mandado un S.O.S por telepatía porque llevabas una hora para decir H.o.r.m.i.g.a. Hazme caso, nena y que te mire un neurólogo
No hay comentarios:
Publicar un comentario