Con permiso de las legañas, abrí los ojos al nuevo día. Y lo que vi me convenció que soñaba que soñaba y me relajé. Porque no podía ser otra cosa más que un sueño la preciosa cara de una sirena mirándome con un brillo irónico en los labios. Una sirena de cuento pero con la historia se contada al revés: el Príncipe sería quien dejara su reino para sumergirse en los abismos del mar tras ella.
Mi primer abuelito, envuelto en un sudario de sedas imitando a un polichinela, gritó: - ¡Arriba, dormilona! Hoy es fiesta y hay que celebrarlo. - Eh... ¿Qué fiesta? - La de la Comunidad Balear y el Carnaval. - Intenté hacerme la remolona pero el abuelito estaba decidido a ir de fiesta y no me lo permitió. - ¡Venga, fuera, fuera! Y ponte el disfraz, nena.
A los pies de la cama había un vestido de payesa precioso. - ¿Y ésto? - De tu bisabuelastra la Momia. Mira el dobladillo. - Un bordado decía: Balenciaga. - Los ojos me hicieron chiribitas.
De camino hacia el Borne íbamos los tres cogidos del brazo. La hermosa sirena era la tercera. Las castañuelas repiquetearon en el bolsillo a medida que nos acercábamos al punto de encuentro. Es fabiol y es tamborí soltaron al aire sus primeras notas y los pies, sin pedir permiso, se pusieron a bailar.
Bailé hasta caer rendida en uno de los bancos de piedra. La sirena hizo otro tanto .
De camino a casa pregunté,(por lo bajini) a mi primer abuelito: ¿quién es? - Su enorme sonrisa brilló bajo un sol que anunciaba: ¡A comeeeeeeeer! - ¿Quién va a ser? ¡Pascualita disfrazada!
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