No me he quitado las gafas de buceo en todo el día. Pascualita está de un humor de perros por culpa del dichoso caracol. Desde que la separé del tronco del árbol de la calle no ha parado de lavarse y restregarse el cuerpo con estropajo y jabón. Ya tiene la piel en carne viva pero ella, a pesar de mis consejos de que pare, sigue dale que dale.
Llamé a mi primer abuelito para que me ayudara a hacerla entrar en razón y apareció envuelto en un sudario de seda color fresa que desprendía olor a esa fruta mezclada con el del chantilli..
La fobia a la baba de caracol tenía su razón de ser, según nos contó la sirena. Fue un caracol quien se comió a su enamorado, uno de los pocos sirenos que quedaban en la inmensidad del mar. - ¡Anda la osa! Pero si son muy pequeños... (dije yo) - Los de ahora, boba de Coria.
En aquellos oscuros milenios, de cuando la Tierra ni siquiera tenía nombre, los caracoles, enormes, eran los reyes del Mambo. Comían todo lo que se les ponía a tiro, entre ello a mi Pichurri. Cuando tenían hambre, envolvían a la víctima en espuma aderezada con frutas frescas, piñones, etc. y ¡para dentro!, - Fue un visto y no visto. Desde entonces paso mis celos sin pena ni gloria... ¡Con lo divertidos que eran...!
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