martes, 25 de marzo de 2025

Quien la sigue, la cosigue.

Si el árbol de la calle pensó que a grito pelao, mandaría al caracol lejos de él, lo tuvo crudo.  El animalito siguió a lo suyo, subiendo, xino xano,  por el enorme tronco mientras con cada movimiento impregnaba de babas su paso. Aaaaayyyyy que malito se estaba poniendo mi vecino vegetal.

Yo veía el lento ascenso desde el balcón, cuando ya se habían apagados los ecos de la ajetreada noche. - Pensé que el caracol tenía más moral que el Alcoyano. Pascualita, que durmió hasta el mediodía, preguntó, gestualmente, que qué tal iba la cosa. Si creía la medio sardina que solo ella entendía idiomas a punta pala, conmigo lo tuvo claro porque le contesté en su idioma ¡anda que no!

Una vez logrado éste punto a favor mío, nos quedamos cortadas. Habíamos puesto tanto empeño las dos en presumir como dos pavas jóvenes que ambas perdimos el hilo de la conversación.

Ay, que cosa más mala no saber de qué se hablaba.  Pensé que sería una tontería pero me quedé más tranquila. Mientras, el caracol siguió, impasible, en pos de su objetivo. Ya por la tarde, la sirena sintió la prisa por hacerse ella con el triunfo, a pesar de que eso es una trampa tan grande como el Castillo de Bellver.

Sin pensarlo dos veces, se catapultó con su hermosa cola de sardina, contra el tronco del árbol. Naturalmente, lo más alto posible para trabajar menos. Pero el Destino pone a todos en su sitio, les guste o no.

Pascualita se dio un castañazo contra el tronco y, aunque quedó un poco grogui, ni patinó, ni se cayó, simplemente quedó atrapada en la desagradable baba de caracol. Cinco minutos después el bicho entraba en meta, situada en el centro de la copa del árbol. Y proclamándose vencedor de todas las categorías ¡¡¡EL CARACOOOOOOOL!!!

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