La abuela no se enteraba pero, Pascualita y yo supimos antes que nadie, el por qué de las misteriosas carreras de la Cotilla. Desde la lámpara del comedor, el ánima de mi primer abuelito nos lo contaba mientras se arrebujaba en un sudario de terciopelo verde fosfi.
Cuando supimos la verdad yo exclamé: ¡¡¡¿En serio?!!! y la sirena dio un salto mortal con doble tirabuzón. - "¿Qué os pasa?" - Los personajes de casa fliparon en colores y formaron tal guirigay que no había manera de entendernos. - ¡Callad, coñe, que está hablando mi primer abuelito!- "¿Está... aquí.. mi ex?" - Siempre está.
El árbol de la calle impuso silencio con una canción cuartelera: - Levántate soldado, que las cuatro soooooon. Que viene el sargentoooo con el cinturón. Que venga, que no venga, que deje de venir, que se haga la puñetaaaaa que yo quiero dormirrr. - La Escoba dijo: ¿qué tendrá que ver el culo con las témporas?
La voz de Pepe el jibarizado sonó fuerte y clara desde la cocina, dándome a entender que fuera al grano. Carraspeé y empecé la historia: La Cotilla, que es, además, una fisgona, el otro día descubrió, por casualidad, el escondite donde, desde tiempo inmemorial, los Pompilios pasados guardaron los calcetines robados. La muy ladina no dijo ni mú en casa pero sí lo hizo en internet, añadiendo además, fotos de los modelos arcaicos.
Recibió millones de respuestas. Todo el mundo quería recuperar sus calcetines y los de sus antepasados. Ella aceptó devolverlos a cambio de un euro cada uno, antes de saber que solo tenía veinticuatro horas para hacerlo. Después los calcetines desaparecerían para siempre.
- ¡Por eso corría tanto! - ¡Y ahora es millonaria, la jodía! (gritó la fregona moviendo su abundante cabellera)
- ¿Y yo...?
No hay comentarios:
Publicar un comentario