Pepe el jibarizado ha conseguido que la Escoba y la Fregona vuelvan a ser amigas. Hay que ver que poder de convicción tiene el llavero con lo enrevesado que es su escueto vocabulario. Nos tiene admirados a todos y todas.
Ya le he dicho a Pascualita que aprenda de él. Por toda respuesta ha sacado a pasear su potente dentadura de tiburón.
Me llamó la abuela: - "¿Qué le has echo a mi chiquitina?" - Que yo sepa, nada. Pregúntale a la Cotilla. - "¿Por qué?" - Para algo te habrá llamado . "Quien me llamó fue Pascualita pero me costó entenderla" - Yo me hacía cruces y llamé a mi primer abuelito. - Sí, la medio sardina habló con tu abuela por teléfono... Se nota por su acento que es forastera pero hablaba mallorquín como nosotros, diciendo Idò y Pero, al final de una frase.
- ¡Esta sí que es buena! Pues no sabía nada. Yo siempre he pensado que si hablan las bolas de polvo ¿por qué no podía hacerlo la sirena? - Sí que podía, nena. Pero no le daba la gana hablar.
El vozarrón del árbol de la calle se escuchó, de parte a parte, de la misma. Ahora que ya lo sabes, podremos cantar a dúo cuando ella vaya en buscar de un marinero que llevarse a la boca. Que primitivos sois, coñe,
Senté a Pascualita en el frutero del comedor y mientras yo abría el bote de fabada asturiana, ella no dejó de cantar junto con el árbol de la calle al que se le veía muy emocionado. - No todos los días puedo hacer eso con personajes criados a mis pechos.
Hasta el gurigay de los comensales de la Santa Cena (siguen discutiendo si comer la Santa Cena habitual desde hace más de dos mil años o innovan) paró en seco ante las palabras del árbol de la calle.
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