Afortunadamente, el asilo familiar al que se acogió la abuela y a la chita callando, también su marido Andresito y el estirado del mayordomo inglés Geooooorge, ha terminado. Y no porque yo los echara de casa. No me atreví. Era mucho lo que podía perder, por ejemplo, la Torre del Paseo Marítimo.
Una mañana, recogieron los trastos y se fueron con la música a otra parte. Lastima que ésta última frase no sea literal porque el árbol de la calle se hubiese ido con ellos, pero sus raíces están bien profundas y no me salva nadie de "disfrutar" de sus canciones a grito pelado, a cualquier hora del día o de la noche.
El caso es que, para despedirse de nosotras: la Cotilla, Pascualita y servidora, la abuela ordenó a Geoooorge que nos hiciera fish and chips para la última comida antes de marcharse.
Nos sentamos todos a la mesa. La sirena colocada en plan broche, prendido de la solapa del vestido de la abuela para pasar desapercibida. El olor de la fritanga debió entrar hacia el interior del cuadro de la Santa Cena porque se asomaron todos los comensales al cristal del marco, babeando.
Mordí un trozo de pescado e, inmediatamente, mis papilas gustativas se pusieron en pie de guerra: - ¡Es bacalao! (gritaron) - ¡Oh, nooooooo! (grité yo) - "¡Tiquismiquis! (gritó la abuela que, a continuación, sacó a relucir su famosa frase: - ¡¡¡Así no voy a tener nunca un bisnieto!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario