Pascualita se ha enamorado ¡otra vez! Y van ya ... la intemerata. Millones de veces ha caído en brazos de Cupido durante su larguísima vida. La medio sardina, que no tiene ningún sireno a mano, porque los fue liquidado una vez usados como si fueran kleenex. Ahora tira de exotismo y bebe los vientos por un abejorro, hermoso y rubio como la cerveza, como dice la copla.
Lo conoció en El Funeral, uno de los días que estuvo con la abuela para calmarle el asma. Los invitados a la fiesta de colocación de la foto en la Pared de los Finados, bailaron, cantaron, recordaron, brindaron, brindaron, brindaron... y la temperatura, dentro del local, empezó a subir. No quedó más remedio que abrir puertas y ventanas para poder seguir bailando rock and roll, al que el finado era muy aficionado.
Pascualita dormitaba en el artilugio, en plan broche, que la abuela llevaba prendido en la solapa de su vestido de fiesta. Tenía la cabeza como un bombo. De repente, un zumbido mimosón, llegó a sus oídos y la enamoró. Ipso facto, sintió un ardiente deseo de ver a su dueño.
Este no se hizo de rogar y apareció ante ella, volando en zig zag, presumiendo de tipazo. Dejándo ver el dorado de su pelaje: - Menos mal que todos estaban bastante bebidos y no vieron a la sirena lanzándose hacia él.
En el trozo de mar donde vivió Pascualita, las sirenas llevaban a sus enamorados a casa pero al abejorro, más moderno, no le gustó que lo metiera en un anticuado orinal decimonónico, lleno de algas ¡y agua! Mi primer abuelito aconsejó a Pascualita pero ella no entró en razón y el abejorro la palmó. Poco después, llorando a mares, la sirena se comió a su enamorado porque, en el mar, todo se recicla.