Seguíamos empantanados, sin saber qué hacer con las cucarachas. Estaba claro que en casa no podían quedarse.
El tiempo parecía haberse parado: los personajes, con los ojos puestos en esos bichos indeseables, no aportaban nada. Sin embargo ellas sí que lo hicieron al decir: - ¿Cuando se come es esta casa?
Los primeros en reaccionar fueron los comensales de la Santa Cena: - ¡Eso tendríamos que haber dicho en cuanto acabó la Cuaresma! Pues lo decimos ahora ¡Queremos comer y no pasarnos otro año de ayuno forzoso!
Un escobazo en la espinilla me sacó de mi aturdimiento, pero hicieron falta algunos cuantos más hasta que mi neurona, que no está muy acostumbrada a pensar, procesó la frase de la cucaracha que, rápida como el viento, lanzó otra proclama: - ¡Tomemos la despensa! ¡¡¡A por ellaaaaaaaaaaaaaa!!!
El árbol de la calle bramaba: ¡contádmelo todo! - Pepe el jibarizado recordó cuando la tribu enemiga entró a saco en la suya e hizo una escabechina de la que salieron varios llaveros como él. Y se estremeció.
Ostigado por el miedo, Pepe se alió con Pascualita. - Cuando yo te diga, come. Y así fue. El llavero movía el ojo-catalejo y gritó dos veces: - ¡COME! - La sirena, obediente, se comió las dos cucarachas. Mientras se relamía, los comensales le miraban con envidia, relamiéndose a su vez, solo de pensar en lo que ricas y crujientes que debían estar.
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