Pompilio frenó en seco su loca carrera al grito de: - ¿Qué hace un tren de mercancías en mi camino?
Una buena cantidad de pares de ojos de los personajes de casa le prestaron atención: - ¿Un tren? (decían algunos) ¿Qué es un tren? (esta vez los curiosos eran las bolas de polvo y los comensales de la Santa Cena)
Salí de la cocina secándome las manos con la punta del delantal: - ¿Dónde hay un tren? (pregunté intrigada) - Tampoco Pepe el jibarizado quiso dejar pasar el momento de aprender algo y dijo: - OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
La cara del ladrón de esos calcetines que desaparecen en todas las casas del mundo, sin venir a cuento, era un poema porque estaba a punto de darle una apoplegía. Histérico perdido, iba de acá para allá, rojo como un tomate, Daba patadas al suelo y gritaba: - ¡Venga, que es para hoy!
Por su parte, "el tren de mercancías" , que no era otra cosa que un ciempiés regresando a su casa después de un día de trabajo. Por eso iba xino xano el pobre.
De repente me dio la risa floja. Pompilio, a pesar de tener un nombre tan rimbombante, era un pequeño átomo frente al "enorme" ciempiés.
Los que nunca habían visto un tren de verdad, que eran la mayoría, no entendieron mi risa. solamente el árbol de la calle porque, de pequeño lo trasladaron junto con otros arbolitos, desde el vivero de plantas donde nació, a la Capital en tren.
Pascualita, que había visto nacer el Mundo y los descubrimientos del ser humano, sentada en el borde de la pila de lavar, nos miraba con aburrimiento y el menosprecio de quién está de vuelta de todo y, por como nos miraba parecía decirnos: ¡Pardillos!