Esta mañana he saludado al árbol de la calle desde detrás de la cristalera del balcón porque el termómetro marcaba dos grados ¡DOS! y claro, no era cuestión de andar abriendo puertas que aprovecharía el Frío para entrar en casa en plan okupa y quedarse hasta la primavera.
El árbol, por señas, me dijo que no podía cantar porque había cogido anginas "gracias" al Frío. Reconozco que me alegre de no tener que aguantar sus murgas y me senté en el rayo de sol que entraba de rondón en el comedor.
Pensé que Pascualita vendría a sentarse conmigo pero hacía poco que le había echado agua de mar calentita en la pila de lavar y no quiso moverse de allí.
Se estaba tan bien al sol que me entró la modorra y dormí a pierna suelta hasta que el rayo de sol me abandonó. Al abrir los ojos un montón de bolas de polvo salieron en desbandada de mi bata a los más alejados rincones de casa. Eché una mirada severa a la escoba: - ¡Mantenerlas a raya es tu obligación! - Perdona pero... creo que me estoy congelando ¡brrrr! - Ven que te taparé con el mocho (le dijo su compañera, la fregona)
Apenas se veía el interior del cuadro de la Santa Cena. Al preguntar qué pasaba, el castañeteo de los dientes de los doce personajes no me dejaron oír lo que decían. Tuvo que ser mi primer abuelito, envuelto en un sudario echo de nubes y espuma de mar calentito, quien me tradujera: Nos echamos el vaho concentrado de todos contra todos y a la vez, para calentarnos un poco porque con la tripa vacía el frío se crece.
Una lágrima de mi primer abuelito cayó sobre Pascualita que lo agradeció con su terrible sonrisa. - Pobrecitos (dijo) - y cubrió el cuadro de la Santa Cena con nubes calientes... ¡Es tan bueno mi abuelito! Con razón es el modelo de todos los modistos y modistas del Más allá!
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