Han venido a casa dos señores emperifollados como los pajes reales de los cuadros antiguos y no me ha quedado otra que hacerles una profunda reverencia. Tan profunda que se me ha dislocado el hueso de la cadera.
- Personen usías que no me levante pero es que acabo de descuajaringarme. vaya usted a saber qué... Pero, pasen y sirvanse unas copitas de chinchón que, con el frío que hace, les sentará de maravilla... ay, ay, ay...
Caminando con el mismo estilo de Cuasimodo, elegante aunque tirando a exótico, les precedí y se sentaron a la mesa del comedor: - Perdonen pero creo que sería mejor que se sentaran en las sillas, puestas aquí por pura comodidad.
Ansiosa, les pregunté si eran emisarios de alguien importante. - ¡Importantísimos! - ¿Y quienes son. - No podemos dar nombres. Solo le diré que arrieritos somos y en el camino nos encontraremos.
Puestos en ésta tesitura, no me quedó más narices que abrir una lata de fabada asturiana y compartirla, cosa ésta que conquistó el corazón de los personajes de casa y les propuse cantar jotas mallorquinas hasta que los vecinos ya no pudieran aguantarlo más.
Al final se les vio el plumero a mis visitantes cuando, al dar una bonita vuelta sobre sí mismo, mostraron el refajo de sus abuela y las plumas del sombrero. Entonces le grité a Pascualita - ¡Son los pajes reales! - Corrí como un gamo con la sirena en mi regazo y conseguimos entregar las cartas de los Reyes Magos a tiempo.
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