Tirada en el sofá de la salita y más aburrida que un mono, entré en un duermevela y me encontré rodeada de dinosaurios. Gracias a un esfuerzo brutal conseguí regresar al presente pero los ojos se cerraban sin mi consentimiento. Entonces los dinosaurios regresaban saludándome como si nos conociéramos de algo.
Pascualita, que había entrado en mi sueño, estaba frenética. - ¿No te gustan los dinosaurios? jajajajaja ¡Así que las sirenas erais uno de sus platos favoritos! Ahora me explico vuestra desaparición de la faz de la tierra.- Dice que no aciertas una, nena - Mi primer abuelito, sabiendo que iba a necesitarlo (estas cosas las intuyen los abuelos) se vino con nosotros y me tradujo.
- Las sirenas estábamos en el mar (me ha dicho) y, a falta de marineros que llevarnos a la boca, porque aún faltaban milenios para que aparecieran, comíamos dinosaurios. Organizábamos safaris gastronómicos y nos poníamos las botas. - Entonces... ¿no se los cargó el meteorito? - No, cariño (ha dicho) - ¿Cariño? eso es cosa de la abuela.
Hay que ver lo que aprende una saliendo de la realidad. De repente, un tiranosaurio apareció ante nosotros. abrió sus fauces llena de afilados dientes, para preguntar por la frecuencia de los autobuses de línea.
Un rugido terrible saltó de árbol en árbol. El dinosaurio había descubierto a Pascualita y echó a correr como alma que lleva el diablo. - Así que es cierto... (murmuré) - Dice que la próxima vez que volvamos traerá unos tapers para guardar las sobras (tradujo mi primer abuelito)
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