Si me vieran los del Libro Guinnes de los Récords me inscribirían como la mujer que hace más estornudos que nadie por minuto ¡en todo el mundo! Es un no parar y la culpa la tiene la abuela.
Se presentó en casa echa un pincel, con un traje sastre minifaldero de color verde pistacho y botas mosqueteras rosa chicle. Sobre ello un amplio abrigo de lana imitación cebra. Había ido a la peluquería donde le hicieron un corte de pelo asimétrico con una punta que le tapaba un ojo y la hacía bizquear. Hay que tener valor para decir que era la viva imagen de la elegancia. Pues, lo dijo. - Andresito, que ya no se asusta de nada, la miraba embobado.
Iban a El Funeral a celebrar la fiesta de San Antonio Abad. A beber, a bailar, a comer espinagades y lo que se tercie. De repente me entraron ganas de divertirme: - ¡Vendré con vosotros! - "¡¿Con éstos pelos?! ¡NI HABLAR! Puede que éste allí el futuro padre de mi bisnieto ¡Tienes que ir niquelá!"
Me mandó a su peluquería y mientras yo corría por la calle, la abuela dio instrucciones con el móvil a la peluquera.
Al volver a casa, sobre la cama estaba la ropa que tenía que ponerme: - ¡Es de verano! - "Es lo más sexi jijiji que tienes"
Conseguí que me dejara llevar el anorak y salí a la calle echa un cromo y muerta de frío. El "peinado" no ayudaba a sentir calor. Ahora mi cabeza era una bola rapada totalmente excepto un mechón de pelo arco iris que salía de la coronilla y terminaba sobre un ojo. Cuando me vio la abuela dijo: - "Está bien pero hace falta mi elegancia innata para lucirlo!"
Ahí empecé a estornudar y aún no he parado.
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