Me faltó tiempo para contarle a la abuela el episodio de la tienda de los chinos. Y tuve que aguantar media hora de risas, de esas de partirte el pecho, más sus comentarios entrecortados, mientras sorbía los mocos y se secaba las lágrimas.
Cuando, finalmente, pudo hablar, encima me riñó: - "No vuelvas a hacerme esto. ¡Podría morirme mientras trato de respirar! ¿Tienes prisa por ser la dueña de la Torre del Paseo Marítimo, boba de Coria? Pues vas a quedarte con las ganas si no me traes un bisnieto y que si patatín, que si patatán... A la hora de la siesta aún seguía remugando"
La risa de la abuela era tan contagiosa que los personajes de casa acabaron riendo como posesos.
- ¡Dios mío, que escandalera montaron. Para más inri el árbol de la calle, al enterarse de la humillación que sentí como clienta, no pudo menos que unirse al jaleo - ¿Dónde está vuestra empatía hacia mi? - Nada, no había nada que hacer y mucho menos cuando el comensal de las treinta monedas imitó, fielmente debo reconocerlo, a la pazguata de la tienda. Aquello fue el acabose.
A los únicos que no hizo gracia tanta risa fuimos dos: la Fregona y yo que tuve que ayudarla a vaciar el cubo donde se estrujaba, una y otra vez, vaciándose de litros y litros de orina - ¡Parad ya! (grité) - Imposible (dijo una vocecita entrecortada) - Se nos ha... roto el... frernilloooo jajajaja
No hay comentarios:
Publicar un comentario