sábado, 22 de octubre de 2016

La serenata.

El abuelito ha llegado de incógnito ésta mañana. Iba vestido como los primeros hippys: vaqueros pata de elefante, camisa de flores, un canuto entre los dientes y una peluca hasta la cintura. Y una barba negra y cerrada. Por supuesto lo he reconocido en cuanto ha abierto la boca: - ¡Hola, nena!

- No le digas a tu abuela que me has visto. - ¿De qué vas? - De hippy genuíno. Me he disfrazado para que no me reconozca la Cotilla... Es que esta madrugada he estado revisando contenedores de supermercados, en busca de buñuelos. - ¿Con el dineral que tienes? Creo que te falla la cabeza. - A esas horas no he encontrado ningún puesto de buñuelos abierto ¡Y yo estaba de antojos! - ¡Felicidades, hombre! Por fin tendréis al dichoso biznieto! - ¡No digas tonterías! ¡Soy un hombre! - ¿Me estás tirando los tejos?

- Tu abuela me ha castigado sin buñuelos hasta que le cante una serenata, pero me da vergüenza porque lo hago muy mal. - Da igual, abuelito. La intención es lo que vale. - Que no, que no quiero cantar ¡pero quiero comer buñuelos!

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaa! ¿A qué no sabes a quién he visto esta noche rebuscando en los contenedores de basura de los supermercados? A Andresito. ¡Hay que ver la de vueltas que da el mundo! Hoy eres millonario y al día siguiente, pobre de solemnidad. No le he dicho nada para no avergonzarle al pobre. - ¿Cómo lo ha reconocido si va disfrazado? - Por los andares y por el rolls royce que llevaba Geooooorge circulando muy cerca de su jefe ¡Anda, si está aquí! - Sí, pero disimule, Cotilla.

- "Nena ¿has vito a Andresito?" (preguntó la abuela al llegar) - Puede que sí, puede que no. - "No estoy para adivinanzas" - Vale, pues camina al rededor de la mesa del comedor para ver si lo descubres. - La abuela inició el paseillo con garbo y salero, moviendo el trasero al compás de la mini falda que llevaba y subida a sus tacones de infarto. Mientras yo decía "frio" o "caliente",le hice señas a Andresito para que cantara. Entusiasmado con el arte de esposa, de su boca salió un cuplé muy emotico: El relicario. Pisa morena, pisa con garbo, que un relicario, que un relicario me voy a hacer... Me apresuré a poner en un plato los pocos buñuelos que sacó la Cotilla de su bolso, algo chuchurríos y coloqué al lado la botella de chinchón. Entonces una potente luz nos deslumbró. Acto seguido, un trueno, tan fuerte como una bomba. Los cielos se abrieron y se desbordaron sus aguas. La tormenta había comenzado. Se apagó la luz, las calles se inundaron, los contenedores de basura, empujados por el vendaval, jugaban a los coches de choque en medio de la calle. Y el abuelito seguía cantando como un canario sordo y afónico y con la boca llena de buñuelos. - ¡¡¡Calla ya, que aún tendremos una desgracia!!! (le grité) - Pero no nos oía. Los truenos hacían temblar la casa. - "¡¡¡CIERRA LA PUTA BOCA DE UNA VEZ!!!" (le gritó la abuela) Pero no lo hizo porque, una vez embalado, no hay quien lo haga callar.



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