miércoles, 25 de julio de 2012

Como, de momento, aún podemos ir a la playa sin tener que pagar para bañarnos hemos aprovechado el día soleado y caluroso para darnos un chapuzón. Con Andresito hemos ido hasta Alcudia. En el maletero llevábamos la tortilla de patatas, es trempó, los bistecs empanados y la sandía.  Andresito y la Cotilla ( a la que ha llevado a regañadientes porque la abuela le ha avisado que un NO podría tener graves consecuencias para su relación) se han encargado de colocar la mesa y las sillas bajo el pinar.

El agua estaba clara y fresca y la abuela no se lo ha pensado ni un momento. Ha sido la primera en darse un capfico. - "¡Venga! ¿Qué esperáis? ¡Está buenísima!"! - ¡Que vitalidad tiene ésta mujer! Ha dejado las cosas en el suelo para que nosotros nos arreglemos y ha salido triscando entre las toallas y llenando de arena a los que dormitaban en ellas. Tras su paso fueron muchos los que se incorporaron para ponerla a parir en distintos idiomas pero ella, como quién oye llover, seguía encantada rumbo a la orilla del mar.

Las lentejuelas de su monobikini brillaban al sol y deslumbraron a una pareja que jugaba con las palas y la pelotita. Quedaron ciegos momentáneamente y eso bastó para que, asustados, se acercaran uno al otro y se dieran un palazo tratando de encontrarse, A uno tuvieron que darle dos puntos de sutura en la frente y se pasaron el resto de la mañana enfadados.

La abuela se llevó la careta y el tubo para ver la fauna multicolor que sale en los reportajes de la dos pero, por más que buscó, solo vio arena, arena y más arena, salvo algún pequeño cangrejo ermitaño despistado. Dos horas después, arrugada y satisfecha, volvió al pinar para encontrarse con caras largas - "¿Qué pasa?" - Andresito y la Cotilla no contestaron y tuve que ser yo quien le contara que su amiga había intentado ligar, descaradamente, con su novio. Habían entrado en el agua después que ella pero se quedaron en la orilla porque la Cotilla tuvo remilgos de ir más adentro por si se ahogaba. Yo le dije a mi futuro abuelo que ¡Adelante! pero él, que es muy buena persona, no me hizo caso y tuvo que aguantarla todo el rato porque yo me separé de ellos y me fui a nadar. De lejos la vi como se agarraba del cuello de Andresito mientras emitía los gritos del ciervo durante la berrea. El pobre hombre hubiera estado más libre si le hubiese cogido un pulpo gigante. Luego ella le pidió que la enseñara a nadar y no le quedó otra que pasearla para arriba y para abajo de la orilla, cogida de las manos mientras ella pataleaba creyéndose una sirena de película.

Al final la dejó por imposible pero, entretanto el pobre se había quemado y ahora parecía una gamba a la plancha. Es muy blanco de piel y esperaba que la abuela lo embadurnara de crema pero es tal su afición al mar que de lo único que se acordó fue de bañarse.

A la abuela no le afectó nada de lo que le conté. Después del largo rato en remojo tenía mucha hambre y mientras Andresito estaba más enfadado que Carracuca, ella, la Cotilla (a la que los problemas le resbalan cuando tiene comida delante)  y yo, dimos buena cuenta del menú. El hombre, viendo que si no espabilaba se iba a quedar a dos velas, aparcó el enfado y comió. Luego la abuela, mimosa, le dejó que se acostara a su lado en la toalla, bajo los pinos. La Cotilla hizo amago de acercarse a ellos pero yo coloqué su toalla lejos de nosotros. Terminamos la sobremesa con una copa de chinchón y sin danos cuenta, arrullados por las cigarras, caímos en un maravilloso sopor.

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