lunes, 13 de enero de 2014

El Médico está en la UCI. No levanta cabeza, el pobre y a mi me tiene en un sin vivir porque su estado ha hecho que me plantee un interrogante: ¿Lo mato... o no? Si se muriera, o lo ayudara a dar el paso, la Torre del Paseo Marítimo la heredaría yo que soy la otra nieta de Andresito, aunque sea política. Hay ratos en que la conciencia me dice que eso estaría muy feo y que me iba a arrepentir de por vida... Otros, en cambio, me dice que por qué me voy a arrepentir siendo la dueña de una casa preciosa con unas vistas maravillosas sobre la bahía. Y creo que es ahí dónde lleva razón.

Luego está el otro tema, que tampoco es manco. Me gustan los hombres de uniforme como a un tonto un lápiz. Pero lo que hace que los pelos se me pongan como escarpias y babee, sude y sienta subir la fiebre hasta más allá de los 50º, es verlos desamparados. Y así está el Médico. Desamparado. Como un niño pequeño, con barba de dos días, lleno de cables y sin la chaqueta del pijama ¡Ufff! Verlo así despierta los demonios más salvajes que viven en mi, aunque si me oyese la abuela no me creería.

Para mi martirio, tengo que estar con él porque su abuela, la Momia, no está para velar un enfermo en el hospital. Y esta mañana, cuando he entrado a verle, no me he podido contener. He cerrado las cortinas que rodean su cama y con mucho cuidado, me he subido encima de él. Ni se ha movido. Si en ese momento me arriman una cerilla, se enciende. He perdido la noción del tiempo aunque solo una parte, la que me interesaba no, porque quería matar dos pájaros de un tiro. Primero disfrutar del pobre desvalido y luego cerrar el grifo del oxígeno.

Estaba tan atareada intentando no liarme con toda la parafernalia de agujas, tubos, cables... que el ruido que hizo la cortina al descorrerse me asustó tanto que me caí de cabeza al suelo y quedé atontada. A lo lejos escuchaba una voz gritando y algo caliente cayó en mi cara. Hasta media hora después no supe lo que había pasado.

Me había sentado sobre el estómago del Médico y cuando me caí arrastré el tubo que llevaba en la boca. Eso dejó salir una vomitona que apestaba a huevos podridos. Del olor no me di cuenta hasta que volví en mi. Los policías que me llevaban detenida habían abierto las ventanillas del coche patrulla y me miraban con cara de asco.

Ahora estoy avergonzada. Con lo fácil que lo tenía y en vez de ir a lo positivo, que era cerrar el oxígeno, me he dejado llevar por la pasión de la carne y he salido trasquilada. He pagado una multa y encima tengo que aguantar el cachondeo de la Cotilla. - ¡Eres una pardilla! Si tu abuela y yo fuésemos como tú, tu abuelito aún estaría dando guerra. Lo que nos vamos a reír cuando se lo cuente jajajajajajaja ¡Y encima, el Médico ni se ha enterado! jajajajajajaja Anda, toma un chinchón y cuéntamelo otra vez jajajajajaja

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