jueves, 7 de septiembre de 2017

Palmo y medio.

Menudo cabreo he cogido con la vecina de encima de mi casa. Siempre le da por regar las plantas del balcón a la hora más intempestivas, por ejemplo: cuando yo salgo a ver qué pasa en la calle. Estoy harta de decirle que me pregunte si voy a asomarme o no pero la muy bruja debe disfrutar regándome porque no me lo ha preguntado nunca.

Un día tuvo la desfachatez de contestarme: te riego para ver si creces, Palmo y medio. - Huuuuy, allí no se armó Troya porque no la entendí bien. Fue más tarde, cuando otra vecina que también estuvo asomada, me "tradujo" la frase. Sentí que la sangre me hervía como la lava de un volcán y apunto estuvo de salirme por la boca junto a todas las maldiciones que se me ocurrieron en ese momento. - ¡¿Me has llamado Palmo y medio, grandísima chafardera?! (grité desaforada desde el balcón) - Por lo visto la de arriba no estaba o se hizo la sorda porque no salió a replicarme. Eso sí, se enteró toda la calle del mote que me puso.

Lo sé porque cuando entré en la panadería empezaron las risitas. Lo mismo ocurrió en el mercado donde, por cierto, quien más se reía era Bedulio que esa mañana hacía la ronda por allí. - ¿Cómo has dicho que la ha llamado? (le gritó una pescadera muerta de risa) - ¡Palmo y medio! jajajajajajaja - Esto no podía quedar así. Casualmente llevaba a Pascualita en el termo de los chinos para que viera el ambiente del mercado.

Me acerqué al Municipal por la espalda, miré en derredor y le lancé a la sirena. El animalito, temiendo caerse, clavó la dentadura de tiburón en una de sus nalgas rollizas y se escuchó un grito desgarrador, seguido de otro más desgarrador aún cuando arranqué a Pascualita, junto con un pedacito de carne mechada con un poquito de uniforme.

Inmediatamente me perdí entre la gente que corría para ver qué pasaba. Nadie se fijó en mi y llegué a casa con la satisfacción de un trabajo bien hecho. Pero no terminó ahí la cosa. Esperando el ascensor estaba mi vecina de arriba, recién salida de la peluquería. Esta vez Pascualita aterrizó sobre el peinado lleno de laca para que le durara una semana entera... cosa que esta vez no fue posible y no lo sería durante bastante tiempo, hasta que le creciera de nuevo el pelo que la sirena le arrancó en un santiamén.

Mientras la vecina era un mar de lágrimas y gritos, yo hice como que acababa de llegar y pasé inadvertida entre las vecinas que no paraban de preguntar ¿Qué te ha pasado?

En casa, Pascualita y yo, celebramos con chinchón el éxito de la venganza.


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